DESCARGATE EL CUADERNILLO N°4 DE LAS MUJERES SINDICALISTAS
Hoy, el debate sobre la reducción de la jornada laboral se está dando a nivel mundial. Numerosos países se encuentran ensayando o discutiendo proyectos de reducción de la jornada, con diferentes matices.
En nuestro país, se han presentado en la Cámara de Diputados de la Nación cinco proyectos de ley en este sentido. Una de las principales motivaciones para reducir la jornada, sin disminuir los salarios, es mejorar la calidad de vida de las personas que trabajan, a la vez que se fomente la redistribución del trabajo existente y, en consecuencia, la creación de nuevos puestos de trabajo en áreas específicas. Desde ya, la reducción de la jornada no es suficiente. Para generar más ocupación, necesitamos un proyecto económico —y, en definitiva, un proyecto de país— que apunte al crecimiento y desarrollo con una redistribución equitativa del ingreso.
En Argentina —que, dicho sea de paso, tiene una de las jornadas más extensas— el límite de 8 horas diarias y 48 semanales está próximo a cumplir un siglo de vigencia (la Ley 11.544 data de 1929). Hagamos el ejercicio de pensar cuánto cambiaron en ese tiempo las formas de producción, la cantidad de transformaciones tecnológicas que se produjeron, y preguntémonos: ¿quiénes han sido los beneficiarios de esos progresos? La respuesta surge inmediatamente: el sector del capital, generando mayores utilidades. Pero, ¿no somos las trabajadoras y trabajadores autores, en gran medida, de esas mejoras en la tecnología? Si el mundo del trabajo se transforma, si los modos de producción cambian, también deben transformarse las relaciones laborales y la distribución de los beneficios.
Los distintos proyectos de reducción de la jornada laboral llevados adelante en el mundo han mostrado una mejora efectiva en la calidad de vida de las personas. Sumado a esto, se favorecerá una mayor y mejor distribución de las tareas de cuidado, que hoy en día recaen casi de manera exclusiva sobre las mujeres, habilitando así nuevas o mejores posibilidades laborales para las trabajadoras que hoy cargan con una doble jornada. También propiciará el acceso de las mujeres a roles históricamente reservados a los varones y la posibilidad de una mayor participación en los espacios de toma de decisión y conducción.
Sabemos que se van a generar fuertes discusiones frente a esta propuesta. Algunos dirán que “no es el momento” (para ciertos sectores nunca es el momento de impulsar nuevos derechos laborales…), no obstante, es necesario dar el debate. El camino puede ser largo, y la primera batalla que debemos ganar es la conceptual: que mejorar la calidad de vida de trabajadoras y trabajadores, en consonancia con los progresos científicos y tecnológicos, y compartir socialmente esos avances, constituye un derecho humano.
La reducción de la jornada laboral, como todo derecho conquistado, será fruto de la lucha y militancia de todos los días.